Capítulo 2:
La Transición de Imperial a Ermitaño
Conexión con la Fuerza
A medida que pasaban los días, el soldado comenzó a sumergirse en la soledad de Endor. Había momentos, mientras exploraba el bosque o descansaba bajo los cielos estrellados, en los que una extraña sensación de paz lo invadía. En el silencio del bosque, algo antiguo y sutil parecía susurrarle, llamándolo de una manera que nunca había experimentado.
Una noche, mientras recogía leña en una zona cercana a los altos árboles de los peludos, sintió una presencia que heló su respiración. Al girarse, vio la figura tenue y translúcida de un hombre en túnicas claras, con una serenidad solemne en su rostro. Era un Jedi, o el eco de uno, observándolo desde la distancia. Por un momento, el exsoldado sintió una ola de respeto y temor; el Jedi no habló, pero su presencia transmitía una paz profunda, un recuerdo de algo antiguo que hacía eco en el bosque y en su propia alma.
Cuando parpadeó, el Jedi había desaparecido. Pero la experiencia lo dejó inquieto. Era como si Endor, en su infinita calma, quisiera mostrarle algo más, algo que no podía entender solo con el entrenamiento militar. Algo en su interior comenzaba a abrirse, una intuición que había reprimido durante sus años de servicio. El soldado, aún desconcertado, comprendió que su tiempo en Endor era más que una simple supervivencia. Quizás era una oportunidad para redescubrir lo que significaba estar vivo, en paz y en armonía.
Confrontación Interna
El exsoldado comenzó a cuestionarse los principios que lo habían definido por años. En medio del denso bosque de Endor, los ecos de las marchas imperiales y las consignas que repetía en su cabeza empezaron a perder sentido. ¿Todo aquello en lo que había creído, todo lo que había defendido con fervor, no era más que un reflejo vacío de poder y control?
Un día, mientras exploraba la zona en busca de un lugar donde construir un refugio más permanente, se encontró con la imponente antena de comunicaciones que el Imperio había abandonado. La estructura metálica, oxidada y consumida en partes por el tiempo y la vegetación, aún conservaba señales de la antigua maquinaria imperial. Sin embargo, había algo más.
Al acercarse cautelosamente, escuchó voces susurrantes. Escondiéndose entre las sombras, observó a un pequeño grupo de sobrevivientes imperiales. Estaban harapientos, pero aún mantenían su fervor y hablaban de "poner en su lugar a esos peludos salvajes", planeando un ataque contra los peludos, a quienes veían como una plaga. Algo en su interior se enfureció al escuchar sus planes, y se dio cuenta de que ya no compartía esa visión de superioridad.
Sin dudar, el soldado elaboró un plan. Usando el conocimiento de supervivencia que había aprendido de los peludos, montó trampas rudimentarias en el bosque alrededor de la antena, aprovechando la densa vegetación y el terreno irregular. En una serie de ataques calculados y certeros, enfrentó a sus antiguos compañeros, eliminando a cada uno en silencio, guiado más por el deseo de proteger a los peludos que por una obligación moral. Cuando terminó, dejó el lugar en ruinas, sabiendo que había roto sus últimos lazos con el Imperio. Ahora, su lealtad estaba enraizada en algo más profundo.
Aprendizaje de los peludos
La victoria sobre los imperiales lo había dejado exhausto, y en busca de un descanso seguro, se adentró aún más en la comunidad de los peludos. Esta vez, sin la distancia cautelosa del pasado, comenzó a aceptar y aprender las enseñanzas que le ofrecían.
Los peludos lo llevaron a sus rituales y le enseñaron a cazar con respeto y a recolectar plantas y raíces útiles para sanar sus heridas. Aprendió a interpretar los sonidos y movimientos del bosque, a entender los ciclos de la luna y las señales del clima. Lo que para él antes era un mundo de “supersticiones” y primitivismo, ahora cobraba sentido como un conocimiento intuitivo y ancestral. Comprendió que la vida en Endor estaba tejida en un equilibrio frágil pero sabio, una sabiduría que le costaba imaginar en la tecnología fría y mecánica del Imperio.
Inspirado por los refugios elevados de los peludos, comenzó a construir su propio hogar. Trabajó durante días, cortando y moldeando la madera en silencio, aprovechando sus entrenamientos y las herramientas rudimentarias que los peludos le prestaron. Su objetivo era simple pero ambicioso: construir su refugio en lo alto de un pino gigantesco, desde donde pudiera observar el bosque en paz.
En las noches, mientras martillaba la madera y ajustaba cada pieza, se sentía cada vez más enraizado en Endor. A menudo, al mirar las estrellas desde la copa del árbol, sentía que había encontrado finalmente un propósito y una serenidad que nunca habría imaginado.
Para los peludos, él era ahora “Koral,” un nombre que ellos mismos le dieron y que no tenía una traducción directa, pero que simbolizaba algo como “viento distante” o “extraño aliado.” Con el tiempo, él mismo adoptó ese nombre con orgullo, dejando atrás su título imperial.
Una Nueva Vida
Su nuevo hogar en las alturas le permitió ver el mundo con una perspectiva más amplia y pacífica. Cada amanecer y cada atardecer se convertían en rituales personales de introspección. Era una transición lenta y difícil, pero el bosque, los peludos y su vida sencilla le enseñaban que la paz no era un ideal inalcanzable, sino un estado que nacía desde adentro.
A lo lejos, creía ver a veces el destello de aquella figura Jedi, observándolo desde el borde del bosque. Aunque nunca intercambiaron una palabra, la sola presencia le recordaba que su vida tenía un propósito, una conexión con la naturaleza y con la Fuerza que apenas comenzaba a descubrir.