Saturday, November 9, 2024

Perdido en Endor Capítulo 1


 - CAPITULO 1 - 

Parte1

Perdido en Endor:

Fuego a lo lejos

El sonido del viento atravesaba los árboles como un susurro inquietante, y la brisa agitaba las hojas de los colosales árboles en lo profundo de la selva de Endor. Entre el silencio de la noche, un hombre yacía herido, solo y abandonado. Su armadura de soldado imperial, gris y desgastada, estaba manchada de lodo y sangre. Parpadeó, confundido, mientras el dolor en su pierna irradiaba hasta la cadera, recordándole que no podía huir. 

Había sido uno de los afortunados, o tal vez uno de los desafortunados. Después de la explosión de la segunda Estrella de la Muerte, los pocos que lograron escapar fueron abatidos o se perdieron entre los árboles de esta extraña y salvaje luna. No recordaba exactamente cómo había llegado hasta este claro en la selva. Solo recordaba el estruendo de la explosión, el caos que había seguido y su caída desesperada en una cápsula de escape hacia el bosque. 

Se dio cuenta de que, por primera vez en años, estaba completamente solo. La comunicación estaba muerta, su bláster había quedado atrás, y no había rastro de sus compañeros. Se echó hacia atrás contra el tronco de un árbol, cerrando los ojos y dejando que la oscuridad se lo tragara por completo. 

Soldado dormido

Un despertar inesperado:  

El exsoldado se despertó al amanecer, sus sentidos alertas. La niebla en el bosque hacía que la luz del sol pareciera un espejismo, filtrándose entre los árboles y cubriendo todo con un suave resplandor. Pero había algo más que el susurro del bosque. Escuchó unos pasos suaves, unas voces agudas y susurrantes que parecían venir de todas partes.

El hombre miró a su alrededor, aún adolorido, intentando detectar algún rastro de amenaza. No tenía armas, y aunque su instinto le decía que permaneciera oculto, la soledad lo había hecho vulnerable. Entonces, al girar hacia el sonido, los vio: un grupo de pequeños seres peludos, mirándolo desde una distancia segura. 

Observado por los seres peludos

No sabía cómo reaccionar. Recordó haber oído a sus superiores hablar de estas criaturas, los llamaban “Los seres peludos,” habitantes primitivos de Endor, sin interés para el Imperio. Algunos soldados los despreciaban, pero mientras el hombre observaba sus ojos llenos de curiosidad y un dejo de desconfianza, no sintió odio o desprecio, sino una extraña mezcla de intriga y nerviosismo.

El soldado hizo una pausa. Durante años, había visto a la gente del Imperio tratar a estos seres con desprecio, llamándolos “criaturas primitivas.” Ahora, mientras el dolor en su pierna aumentaba, una súplica silenciosa empezó a brotar en su mente: Ayuda. 

Aceptó el recipiente de madera, bebiendo a sorbos el líquido caliente que contenía. Era amargo, pero calmante, y con cada trago, sintió cómo el frío en su cuerpo se disolvía poco a poco. Los seres peludos lo miraban en silencio, intercambiando palabras en su propio idioma mientras él bebía y trataba de mantenerse en pie.

El acercamiento cauteloso:

Los peludos

Uno de los peludos, más valiente que los otros, se adelantó. Era más pequeño que los demás y vestía un manto de hojas y pieles que le cubría la espalda. En sus manos llevaba una especie de cuenco de madera, lleno de un líquido humeante que desprendía un olor desconocido, terroso pero no desagradable. 

El soldado retrocedió un paso, pero el dolor en su pierna lo obligó a detenerse. El peludo extendió el cuenco, mirándolo con unos ojos que parecían reflejar tanto compasión como cautela. Había algo en la forma en que lo observaba, una curiosidad simple, pura, que lo hizo bajar la guardia. 

—¿Quieres... que lo tome? —

murmuró en voz baja, sabiendo que no obtendría respuesta. No sabía si los peludos podían entenderlo, pero el pequeño asintió, ofreciéndole el cuenco una vez más. 

Con cierta torpeza, el hombre tomó el recipiente y bebió. El sabor era amargo, y al principio le hizo fruncir el ceño, pero sintió cómo el calor del líquido recorría su cuerpo y calmaba la tensión en su pierna herida. Observó al peludo, que seguía observándolo con una seriedad casi infantil, como si estudiara cada uno de sus movimientos.

El primer paso hacia la comprensión:

Los peludos no se marcharon. Uno por uno, comenzaron a acercarse, observando al extraño con sus grandes ojos brillantes. Le ofrecieron frutas y raíces que al principio dudó en probar, pero que eventualmente aceptó. Cada uno de esos momentos, en los que él y los peludos intercambiaban miradas y gestos, derrumbaban los restos de la frialdad que el Imperio había instalado en él. 

Pronto, el soldado comenzó a entender pequeños detalles: los peludos eran cuidadosos, atentos y, pese a su tamaño, extremadamente ingeniosos. Usaban palabras que sonaban como una mezcla de sonidos naturales y pequeños gestos con sus manos y orejas. A veces, si veía uno que parecía molesto o distante, intentaba imitar su lenguaje con movimientos simples y suaves, ganándose su confianza poco a poco.

Sobrevivir en el bosque:

Dejando la cápsula rumbo a lo desconocido

Los primeros días fueron difíciles. 

El exsoldado, aún debilitado y sin recursos, tuvo que adaptarse a un mundo desconocido. Los peludos le mostraron dónde encontrar agua potable y cómo recolectar frutos comestibles. Aunque sus interacciones eran mínimas, empezó a entender su lenguaje y a notar sus miradas de curiosidad y cautela. 

El soldado, cuyo nombre aún resonaba en su mente como un eco de una vida pasada, pronto se dio cuenta de que Endor lo estaba despojando de su antigua identidad. Ya no era el soldado con un número de identificación y una misión imperial. Ahora, era solo él, un hombre perdido en el bosque, rodeado de seres que no comprendía del todo, pero que empezaban a aceptarlo como parte de su entorno. 

Una noche, mientras el soldado descansaba cerca de una fogata que los peludos le ayudaron a encender, alzó la vista hacia el cielo. La vasta extensión de estrellas parecía tan lejana e indiferente, como si nada de lo que había hecho en el Imperio tuviera importancia aquí, bajo las sombras de los árboles eternos de Endor. En esa soledad, el dolor de su pierna y el silencio de la noche, empezó a sentir algo distinto: paz.

Primer contacto con la naturaleza y algo más:

Una mañana, mientras exploraba un poco más lejos de su refugio, llegó a un claro en el bosque. Allí, entre las raíces de un árbol gigante, encontró algo inusual: un cristal azul, pulido y brillante, semi enterrado en el suelo. Algo dentro de él le decía que este objeto era importante, aunque no podía explicar por qué. 

El cristal

Cuando tocó el cristal, sintió un leve pulso en su mano, como si una corriente de energía pasara a través de él. Había oído historias sobre la Fuerza, ese “poder místico” que los rebeldes decían seguir, y aunque siempre lo había considerado una superstición, ahora, entre la paz de la naturaleza y el eco de aquel cristal, empezó a cuestionarse. 

Los peludos se acercaron y, al ver el cristal en su mano, asintieron con respeto, como si reconocieran algo en él. Uno de ellos, con un gesto que él interpretó como un saludo de respeto, lo invitó a seguirlo. Por primera vez, el exsoldado sintió una conexión con estos seres, una sensación de pertenencia que jamás había sentido en el Imperio.

Reflexiones bajo las estrellas: 

Esa noche, mientras descansaba al calor de una fogata, el soldado levantó el cristal hacia la luz. Se preguntó quién era ahora y qué significaba estar allí. La naturaleza lo rodeaba, los peludos eran sus únicos compañeros, y el pasado de guerra y obediencia ciega se disolvía lentamente entre los árboles. Sentía cómo algo nuevo crecía dentro de él, algo que ni siquiera tenía palabras para describir. 

Quizás, pensó, Endor no era solo su refugio; tal vez era su lugar de renacimiento.

Parte 2

Una lección inesperada:

Un día, el soldado trató de seguir a un grupo de peludos que iba a cazar. Al principio, los peludos lo miraron con dudas, pero el pequeño peludo que le ofreció el cuenco al principio, a quien él comenzó a llamar "Tooni," lo alentó con un gesto. El grupo avanzó en silencio, ocultándose entre los árboles y el follaje, moviéndose con una precisión y una conexión con el entorno que le parecían imposibles. 

Observó cómo cazaban, con trampas sencillas hechas de ramas y enredaderas, y cómo agradecían al bosque cada captura. En su mente, comenzó a desarmarse la idea de que estos seres eran “primitivos.” Había una sabiduría en sus acciones, una lección sobre cómo vivir en equilibrio con el entorno. 

De alguna forma, comenzó a sentir vergüenza por sus antiguos ideales y por la manera en que el Imperio trataba todo lo que no comprendía: con destrucción. Y se preguntó, por primera vez, qué habría sido de Endor y de los peludos si la victoria hubiese sido del Imperio.

Los inicios de un vínculo:

Los días pasaron y el exsoldado, guiado por los peludos, aprendió a moverse en el bosque con más agilidad y discreción. A cada paso, sentía que Endor lo transformaba lentamente. La vida que había llevado hasta ese momento, sus entrenamientos, sus lealtades forzadas, todo comenzaba a desvanecerse. 

Dentro del bosque

Una noche, Tooni y otros peludos llevaron al soldado a una ceremonia alrededor de una fogata, cantando y bailando en un idioma que él no comprendía, pero que de algún modo, resonaba en él de forma extraña. Sentado en la oscuridad, observando el baile de los peludos bajo el resplandor de las estrellas, sintió algo dentro de él, una sensación de pertenencia que nunca antes había experimentado. 

Al final de la ceremonia, Tooni se le acercó y le colocó un collar de huesos y cuentas talladas. Los peludos lo miraron, y él entendió que aquello era un símbolo de aceptación, de que era uno de ellos ahora. No era imperial ni enemigo; era un sobreviviente, alguien que compartía el bosque y sus secretos con ellos.

Reflexión bajo las estrellas:

Cuando el grupo se dispersó, el exsoldado se quedó junto a las brasas, observando cómo el fuego se consumía lentamente. Endor lo había cambiado. Alzó la vista y dejó que sus pensamientos vagaran bajo el manto estrellado del cielo. Aquí, entre el canto de los seres peludos y el susurro de los árboles, comenzaba a comprender que la paz que siempre había anhelado no estaba en las órdenes de un imperio, ni en una vida de obediencia y guerra. 

Tal vez, Endor era más que un refugio temporal. Quizá, esta luna remota era la última oportunidad para encontrar su verdadero propósito, una vida guiada por algo mayor que el Imperio.